La primera vez que estuve en Villamorón fue hace ocho años. Diciembre de 2006 para ser exactos. Nuestro amigo Julio, nativo de Villadiego y amante de esta su “tierra de colores”, improvisó para nosotros la visita.
Me acuerdo del frío, de las llanuras, del silencio y de las ruinas. No creo que en aquella tarde nos cruzáramos con más de cinco personas mientras nos dirigíamos de un pueblo abandonado a otro. Villamorón fue uno de ellos.
No se distingue de los demás en lo que abandono se refiere. Hace muchos años que sus vecinos dejaron de vivir en él. Sólo unos pocos conservan sus añejas casas para regresar algunos días en verano y reencontrarse con él.
Sin embargo hay algo que lo distingue, que sorprende al que lo visita y que logró que mi fallida memoria grabara este encuentro durante todos estos años: su iglesia. Una iglesia imponente, alta, grande, casi como una catedral, erigiéndose allí en mitad de esa nada. Sola; sin vecinos que la visiten, sin oraciones que la adornen, sin sentido, y aparentemente sin futuro.
Para nosotros fue una visión absolutamente inesperada que nos emocionó por su belleza, su grandeza y la tristeza que emanaba de sus muros agrietados, sus vidrieras rotas, su piedra atacada por la vegetación y su evidente abandono.
La iglesia de Santiago Apóstol se moría, y aunque era fácil imaginarla un pasado glorioso, a juzgar por su sobrecogedora presencia, resultaba prácticamente imposible entender cómo algo tan valioso había podido llegar a ese estado tan lamentable.
No entramos entonces; no pudimos. Quedó una nueva visita, tan obligada como deseada, pendiente para más adelante, con mejor clima y más tiempo.
El verano pasado regresamos. 2013.
Sabía que sobre el 2010 había sido rehabilitada y que sus cimientos, muros y cubiertas habían sido consolidados para evitar la ruina. Sin embargo no estaba muy segura de qué iba a encontrarme.
La iglesia seguía imponiéndose descaradamente sobre todo su entorno, pero lucía diferente. Sus grietas han sido cosidas, sus vidrieras recompuestas, su piedra lavada. La hierba que había sobre sus cubiertas ha desaparecido. Las ruinas adosadas a sus muros, eliminadas. El terreno que la rodea, limpiado.
Nada en esta nueva visita inspiraba una canción triste. Más bien fue un reencuentro alegre, muy alegre.
Tras haber realizado la feliz inspección al exterior del templo, una señora sumamente amable nos invitó a pasar dentro. Es una de las voluntarias que forman parte de la Asociación Cultural “Amigos de Villamorón”, que desde 2003 está luchando por salvar y conservar su iglesia, solicitando ayudas, organizando visitas, publicando un libro, buscando adhesiones, etc.
He de admitir que, de entrada, sentí una pequeña decepción al descubrirla completamente llena de andamios que dificultaban su visión. No obstante, esa impresión duró unos segundos.
La presencia de andamios, es cierto, delata el pasado decrépito de una iglesia moribunda, pero también hablan de futuro y de esperanza. No hay duda de que aún queda mucho por hacer, pero al menos ya se está haciendo.
Nos explicó que antes de que pudieran acometerse las obras de restauración del interior, se había terminado el dinero. Esa sí que es una canción triste, y repetida. Los andamios quedaron olvidados. Nadie los usa y nadie los recoge.
Sin embargo, para nosotros fue un golpe de suerte. Aparte del ambiente especial que todas esas estructuras, toscas y feas, generan en un espacio tan mágico y espiritual, los andamios nos dieron la oportunidad de ver la iglesia de una forma inusual y, probablemente, irrepetible, ya que pudimos subir por ellos de forma segura, e ir contemplando los detalles de sus muros, arcos, capiteles, bóvedas… a medida que ascendíamos, casi divertidos ante tan inesperada situación, hasta las mismas cubiertas del templo. Todo un regalo.
Os invito encarecidamente a que vayáis a Villamorón y visitéis su iglesia tan pronto como os sea posible. Con todos sus andamios y todo su “aún por hacer”. Y luego, una vez os hayáis enamorado del lugar, acordéis una nueva cita para un futuro, tal como hemos vuelto a hacer nosotros, con el fin de conocerlo ya liberado de trastos y, quizá, con suerte, restaurado también en su interior.
Los voluntarios de la asociación no siempre pueden estar allí, guardando la puerta, esperando visitas “sorpresa”. Los podéis encontrar algunos fines de semana, en fiestas y en temporada de verano.
Como no confío en que a todos os sonría la diosa Fortuna como hizo con nosotros, os dejo el teléfono de Santiago, párroco de la localidad, para que lo llaméis si estáis interesados en comprobar cuánto de verdad tiene lo que os cuento (veréis que mucho). Santiago es un hombre muy entrañable, y seguro que si tiene ocasión estará encantado de recibiros y mostraros la iglesia: 649 16 20 20.
Los “Amigos de Villamorón” han publicado un libro de Mª José Zaparaín Yáñez, llamado “Villamorón y el templo de Santiago Apóstol. Más allá del silencio”. Cuesta 18€ y en él se explica mucho de lo que los sillares de la iglesia no pueden contarnos.
Nosotros lo compramos al salir, por aquello de ayudar a los que tanto están luchando para conservar algo que todos los demás podemos disfrutar sin mayor esfuerzo, y porque la curiosidad se despierta, de forma inevitable, cuando uno se encuentra una joya semejante de la que prácticamente nadie ajeno a estas tierras ha oído hablar.
Con ayuda de este libro y de los recuerdos que conservo, voy a aportaros en mi siguiente entrada algunos datos más específicos sobre la iglesia, para que aquellos de vosotros que os animéis a visitarla no lleguéis con las manos vacías, como hice yo.
Ya luego, cuando la curiosidad os pique como a mí, tendréis que ser vosotros los que lidiéis con ella de la mejor forma que os parezca.
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