Orbaneja del Castillo es, indiscutiblemente, uno de los pueblos más bonitos de Burgos. Si sólo pudiera escribir un par de palabras para animaros a conocerlo, éstas serían: “Visita obligada”. De hecho, en 1993 fue declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Conjunto Histórico.
No puedo hablaros de sus monumentos, sus museos o su agenda cultural; no hay grandes manifestaciones arquitectónicas ni hoteles de lujo.
Entonces: ¿por qué deberíais ir a Orbaneja? ¿Qué vais a encontrar en este pequeño pueblo?. Pues, sencillamente, belleza y tranquilidad. Es un lugar perfecto para estar; para pasear, sentarse, escuchar el murmullo del agua y respirar aire puro.
La carretera de acceso es preciosa para hacer una ruta en moto. Al llegar a través del espectacular paisaje kárstico del Cañón del Ebro, os recibirá la hermosa cascada que brota de la misma villa y que cae formando pequeñas piscinas a su paso hasta unirse con el Ebro. Nuestra última visita ha sido hace unos pocos días; un domingo otoñal a más no poder, con lluvia y frío. La cascada traía mucha agua y su aspecto era magnífico. Sin embargo es en la primavera, con el deshielo, cuando más esplendorosa luce.
Subimos por las escaleras que bordean la cascada. No era nuestra primera visita a Orbaneja y sin embargo, como siempre, nos resultó imposible escapar a su magia y resistirnos al placer de contemplar las piscinas de agua cristalina, las casas de piedra que parecen “colgar” al borde del cañón y las imponentes vistas que el lugar nos ofrece. Como El Castillo, compuesto por múltiples estructuras calcáreas que se reparten en lo alto del cañón, evocando antiguas atalayas. Entre ellas destaca El Beso de los Camellos dibujando entre sus cuerpos el mapa de África.Todo el que haya pasado por allí sabe de qué estoy hablando. Tanto la cascada como los camellos son claras señas de identidad de Orbaneja.
La villa, construida sobre las terrazas de toba que se han formado por el paso del agua a lo largo de los siglos, conserva un cierto aire medieval: sus calles son estrechas y sus apiñadas casas, pequeñas y muy semejantes a las montañesas de la provincia de Cantabria, situada a escasos kilómetros.
El pueblo está dividido por un arroyo que lo atraviesa (culminando en la cascada) y que brota de las entrañas de la montaña a través de la llamada Cueva del Agua, a la que se accede desde la misma plaza principal. Nosotros no pudimos pasar como otras veces, ya que han decidido cerrar los fines de semana durante los meses de otoño e invierno. La entrada es económica (debe rondar los 2€), así que si tenéis oportunidad de viajar a Orbaneja en primavera o verano, no dejéis de ver la cueva. En un principio se recorría con linternas, lo que dotaba a la visita de mucho encanto. Ahora han colocado luces más o menos discretas a lo largo de la caverna. Más cómodo y menos mágico, pero sigue mereciendo la pena.
Una recomendación más: animaros a visitar el páramo de Bricia, que circunda Orbaneja. En la misma plaza encontraréis una señalización que anuncia “La Ruta de los Chozos”. El paseo apenas dura una hora y en él os toparéis con maravillosas vistas sobre el Cañón del Ebro. El camino no tiene ninguna dificultad y es muy agradable para personas de cualquier edad.
Al llegar al páramo encontraréis las particulares construcciones de piedra que se reparten a lo largo del camino. Las hay con forma circular (los chozos) o rectangular (los casares). Las primeras sirvieron en su momento como granero, almacén de aperos de labranza y refugio para los paisanos que subían a trabajar las eras. Las segundas se usaban para guardar el ganado. Lo más llamativo de estas antiguas construcciones son sus falsas cubiertas de piedra abovedadas que, en su mayoría, se conservan casi intactas. Es sorprendente la manera es que han sobrevivido estas estructuras tan aparentemente endebles, carentes de argamasa o cualquier material que una sus piezas. Parece que podrían desmoronarse con sólo quitar una piedra. Nosotros, por si acaso, nunca lo hemos intentado.
El descenso desde el páramo a Orbaneja es simplemente espectacular.
Siempre que hacemos una escapadita a Orbaneja, terminamos tomando unas cañas y unas raciones en alguna de las terrazas que habilitan en las temporadas cálidas. Sin embargo, el clima nos obligó esta vez a buscar un restaurante en el que resguardarnos y comer. Tras estudiar las diversas opciones optamos por “El Arroyo”, situado en medio del pueblo. Es un lugar sencillo, con un pequeño comedor en el piso de arriba. Imagino que en temporada alta será necesario reservar porque esta vez estaba prácticamente lleno. El menú que ofrecía era variado y su precio más que razonable: 15€. La comida es casera, abundante y rica: cocido, chuletillas, mollejas, cordero… El servicio rápido y muy agradable. En definitiva: quedamos sumamente saciados y satisfechos.
Como anécdota, comentaros que los baños del local se encuentran en la casa de enfrente, en lo que parece una vieja cuadra. Allí encontramos una curiosa manifestación de ingenio: unas almadreñas hechas con neumáticos de moto. Estaban desgastadas. La visión de esos zuecos te transporta a los tiempos donde se reciclaba de verdad, porque no había otra cosa. Sientes la dureza del páramo en donde pastoreaban los ganados. Sientes el frío, la lluvia y la nieve. Y sientes que estás siendo testigo de algo especial, que es difícil contar con palabras.
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