En el claustro de la Colegiata de San Cosme y San Damián, en Covarrubias, hay un sencillo sepulcro. Allí reposa una mujer desde hace casi 800 años que, sin embargo, conocimos hace apenas 60.
La historia de esta desgraciada joven está un tanto desdibujada, por lo que aún se especula sobre las razones que la hicieran viajar hasta España y las causas de su muerte.
Se dice que el rey Alfonso X el Sabio, ante la incapacidad de su esposa para quedarse embarazada, decidió buscarse una nueva que le diera descendencia. Interesado en afianzar las débiles relaciones entre los reinos nórdicos y Castilla, eligió a la princesa Kristina, hija del Rey Haakon IV. Cuando la muchacha logró llegar a Valladolid, tras muchos meses de viaje, la reina Violante ya estaba esperando un hijo por lo que, tratando de evitar un serio desencuentro internacional, Alfonso optó por casarla con uno de sus hermanos… El que ella eligiera.
De aquí surgen nuevos cuentos como el que habla del amor “imposible” que nació entre el Rey y la joven nada más verse, de los celos de Violante, de la muerte de Kristina a causa del dolor o, incluso, envenenada por la ofendida esposa del monarca. ¿Y qué sería una leyenda sin amor, odio, celos y venganza?
Confiando en las crónicas Noruegas, redactadas en la época, lo más probable es que su padre la enviara a España para casarse con el hermano del rey Alfonso X que fuera de su gusto. Habiendo conocido a los aspirantes, optó por Felipe de Castilla, joven de carácter introvertido e intrigante, que renunciaba así a la prometedora carrera eclesiástica en la que le habían iniciado desde pequeño y para la que, obviamente, no tenía demasiada vocación. Tras la boda en Valladolid se trasladaron a Sevilla, donde la joven murió sólo cuatro años después.
No se sabe demasiado de su vida en Sevilla. Acudía a misa con regularidad y probablemente no llegó a hablar nunca el español. Quizá pasaba sola las horas, esperando la llegada de su marido. La leyenda cuenta que encargó la instalación de una campana en su palacio, para hacerla sonar los días en que su esposo salía de caza, con el fin de recordarle que allí quedaba ella, aguardándole en soledad.
Se dice que nunca logró adaptarse a su nuevo hogar y que echaba tanto de menos sus tierras y su gente que la melancolía terminó por vencerla. Sin embargo parece más factible que fuera la meningitis o una infección de oído lo que acabara con su vida, ya que en el interior de su sarcófago se halló, junto a algunos versos, una receta contra el mal de oído con xugo de ajo. Mucho menos romántico, la verdad. También pudo morir envenenada, debido a las intrigas palaciegas de su marido, puesto que ahora se sabe que en los meses anteriores a su fallecimiento estuvo bebiendo medicinas mezcladas con vino para sanar su desconocida dolencia.
En cualquier caso, el infante Felipe decidió enterrarla en la entonces Abadía de Covarrubias, de donde había sido abad, y allí reposó en el anonimato hasta que en 1958 una investigación desveló un documento que afirmaba que la infanta Kristina, esposa del infante don Felipe Fernández, había sido enterrada en la Colegiata de San Cosme y San Damián. El siguiente paso parecía obvio: en el claustro reposaba un sencillo pero hermoso sepulcro, sin nombre, fecha ni dato alguno. Dentro, en un ataúd de madera, apareció el cuerpo de una joven alta y fuerte, elegantemente vestida y enjoyada, de cabellos rubios, uñas rosadas y dientes blancos, que no encajaba con las características de las mujeres españolas de su tiempo.
El hallazgo de la tumba de la princesa tuvo una enorme repercusión, tanto aquí como en Noruega. De hecho, su gobierno instaló la placa que puede verse sobre su tumba y, también desde allí, se financió en 1978 la estatua que se encuentra en el jardín de la colegiata y que se ha convertido en visita obligada para los turistas noruegos que vienen a España.
No se sabe nada sobre el origen de campanita que hay junto al sepulcro. Es bonito dejarse llevar por las fábulas y creer que pudiera ser la misma que hacía sonar en Sevilla para darle voz a su pena. Se cuenta que si una joven casadera la toca, Kristina la ayudará a encontrar pronto un amor más feliz que el que ella tuvo. Así que si vais por allí, por favor, no dejéis de tocar la campana de la tristeza. No quiero mentiros; es seguro que esto no os va a conseguir un príncipe azul, pero quizá sirva para hacer saber a la princesa que ya no está sola.
No Responses to “Una vikinga en Covarrubias”